Soy Una Emergencióloga Y No Tengo Amigos
Cada vez que llamo a un amigo, lo único que tengo para ellos es más trabajo. Nunca he llamado para decir: “Espero que estés teniendo un gran día. ¿Por qué no te tomas un descanso y te diviertes? Ya trabajaste suficiente.”
Nel. Sólo llamo para darles trabajo extra. Ya sean las 2 AM o las 2 PM, necesito que te alejes de tu cama/amante/caballo y vengas a tomar mi paciente. Todos, siempre, enfermos. Los saludables los mando a casa sin despertarte.
A veces no están lo suficientemente enfermos. Mi amigo ortopeda dice: “¿Estás loca? ¿Sólo porque se quebró las muñecas crees que necesita quedarse?”
Me mira como que perdí la razón. Él no hace cuidados de apoyo o de conforte. La paciente necesita cirugía o no. No es ciencia de cohetes. No es su problema. Pero entonces, ¿de quién es?
A veces están demasiado enfermos. “¿Estás fuera de quicio? Tiene 95 años, su sistólica es 74, ¿y quieres que la ingrese a la UTI? Llama al hospitalista y pásala a cuidados de conforte.
Me gustaría, pero no es mi decisión. Es la de ella. Si ella entiende y quiere la intubación y la electricidad y las costillas rotas por el RCP, en resumen, quiere todo hecho, es su decisión. Se le hará todo, a cualquier costo para ella, para su familia, para la sociedad completa. No tengo derecho a tomar decisiones por ella, aunque yo piense que sé más, aunque yo no tomaría esas mismas decisiones para mí misma.
Se pone peor cuando es la decisión de la familia. ¿Su hija que dejó el hogar a los 22 y no la ha visto en 50 años; el ex, quien se fugó con la niñera y ahora está tan arrepentido que quiere que se le haga TODO para poder confesar – digo, disculparse – y quitarse el peso de encima? Lo quieren todo, el RCP quiebra-costillas y el Foley y los tubos, tantos como su cuerpo pueda aguantar, y cualquier otra miseria que yo le pueda infligir, siempre y cuando ella se mantenga viva lo suficiente para darles tiempo de soltar su carga sobre ella y ser liberados.
Pero estoy divagando. Estaba hablando de mis amigos, los que llamo cuando las cosas se ponen difíciles y necesito ayuda.
Llamo a mi cardiólogo. “Tengo esta paciente de 90 años y una fracción de eyección de 25 que viene quejándose de fatiga. Su troponina es 7.”
“¿Por qué me estás llamando?”
“Pensé que eras el cardiólogo.”
“¿Y qué? No hay nada que pueda hacer por ella. La ingresan cada semana por algo. No hay nada que pueda hacer por ella, ¿por qué llamarme?”
Me pongo enojada. Muy enojada.
“Tiene una larga historia cardiaca, dolor de pecho, un EKG anormal y una troponina de 7.” Lo digo suavemente, tan suave como la larga mecha silbante de un cordón detonante luego de ser prendido.
“Siempre hace troponina. Debe tener alguna arritmia, siempre hace troponina cuando tiene una arritmia. ¿Cómo esta su EKG?”
“Sinusal a 110. No veo ninguna arritmia. Puedo tomarle una foto y enviártela.”
“No hay necesidad. Puedo acceder a su EKG.”
Tal vez deberías.
“La veré, pero no la voy a ingresar. Dásela al hospitalista.”
Por supuesto. Si hay alguien debajo de mi en el tótem, sobre el cual se cagan todas las demás especialidades conocidas por el hombre todos los días, es el hospitalista.
Son inteligentes y trabajadores y siempre presentes. Son las Cenicientas de la medicina. Sus feas hermanastras las desprecian cada vez que tienen oportunidad. No directamente, no. A través de mí. A mí me toca llamarlos y hacer que ingresen a pacientes quirúrgicos y a pacientes oncológicos y a pacientes de cardiología y a cualquier otro paciente. Dentro de poco, los llamaré para ingresar pacientes para el veterinario de la esquina. Él también es un especialista. “Tengo esta lagartija de 2 años…”
Llamo a la hospitalista. Tiene un acento. Vino aquí legalmente a practicar medicina, pero el sistema no le permitió entrar en los campos de moda como dermatología, otorrino o neurocirugía. Le tocó ser una hospitalista en esta vida, ya sea que haya sido una nefróloga en Perú, una endocrinóloga en Romania o una oncóloga en Bulgaria.
Es más inteligente que yo – es una internista. Ellos piensan mucho y actúan despacio. Yo soy una emergencióloga. Pienso rápido y actúo ahora. Soy la vaquera mientras que ella es la jueza. La casa de la medicina nos necesita a ambas.
“¿Por qué crees que esta paciente necesita ingreso?”
“Pues, no pude caminar”, le digo, sintiéndome como un fraude.
“¿Probaste ponerla a caminar?”
“No. Camina con un andador y ahora tiene dos muñecas rotas”
O una cadera. O una pelvis. O algo más que le impedirá ir a casa a su función previamente marginal. No la puedo enviar a casa, y nadie más la quiere.
“Es toda tuya.”
¿Todavía te preguntas por qué no tengo amigos?
Rada Jones, MD, es una Emergencióloga. Practica en el norte del estado de Nueva York donde vive con su esposo Steve, su pastor alemán Gypsy Rose Lee y un gato negro sordo llamado Paxil. Está trabajando en terminar su novela, “Sobredosis, una novela de suspenso en la Emergencia”, en donde mucha gente muere de maneras innaturales pero emocionantes. Encuentra más en RadaJonesMD.com, Instagram RadaJonesMD y twitter @JonesRada.
Artículo original aquí. Traducido y publicado con el permiso de la Dra. Jones.