Cuatro Padres
Artículo original aquí. Traducido y publicado con permiso del Dr. Plaster.
Cualquiera que haya practicado medicina de emergencia por unos años puede entender la épica diatriba de Keanu Reeves sobre los malos padres en la película Paternidad (“Sabe, Sra. Buckman, se necesita sacar una licencia para comprar un perro. Se necesita sacar una licencia para manejar un carro. Diablos, se necesita sacar una licencia incluso para pescar. Pero dejan a cualquier pendejo ser padre.”) Pero también he visto papás épicos y he escrito acerca de ellos a través de los años. Al acercarse el día del padre me gusta recordar algunos de estos miembros del Salón de la Fama.
Confianza
Aunque tuve que escribir acerca de este niño en términos ficticios para preservar su privacidad, la historia que conté fue completamente cierta. Un padre joven y muy preocupado entró al departamento emergencia cargando a su niña de 3 años. Momentos antes habían estado jugando felizmente persiguiéndose por su casa cuando la niña volteó a ver a su padre a punto de atraparla y cayó golpeándose contra la mesa de la sala. Era una historia que todos hemos escuchado miles de veces y la herida era la misma con una laceración linear larga del parpado justo debajo del aro supraorbitario.
Había mucha sangre, muchos gritos de la bebé y de su madre y ahora un temible encuentro con un grande extraño en una bata blanca. “Voy a tener que suturar esa herida”, expliqué. (Esto fue antes del Dermabond). “No la lastimaré. Pero tendré que sujetarla con un papús para evitar que se mueva y poder lograr una buena reparación.”
Me miró con la tranquilidad de escuchar las palabras “buena reparación”. Luego se volteó hacia la pequeña niña y miró prolongadamente en sus ojitos confiados. “El doctor no te lastimará. Yo me quedaré contigo y te daré la mano. Él va a arreglar tu cortada y luego podemos ir a la casa y seguir jugando”, le dijo con la más leve de las sonrisas.
Luego se volteó hacia mí y me dijo con un acento, “No tendrá que sujetarla. Ella se quedará quieta.”
Dios mío, pensé dudosamente. Si tan sólo tuviera un centavo por cada vez que he escuchado eso. Pero esta vez decidí tratar. Mientras preparaba la bandeja, lo vi colocarla cuidadosamente en la camilla mientras le hablaba suavemente y tranquilizadoramente. “Acuéstate y cierra los ojos. Te daré la mano”, le dijo mientras tomaba su minúscula mano en la suya. Y eso fue lo que ella hizo. A mi sorpresa, el procedimiento fue completado sin problema. Únicamente abrió sus ojos dos veces para ver los de él. Cuando terminamos y él la cargó de nuevo, ella tomó su cara con sus manitas y le dijo con la misma sonrisa leve, “¿Podemos ir a casa y jugar?”
Empatía
Otro día que se asoma mucho en mi memoria fue un tipo que acepto haber juzgado prematuramente. A primera vista, se me hizo un duro motociclista de los Hell’s Angels. Una bandana que apenas tapaba su pelo espigado, barba desaliñada, gran panza, múltiples aretes y tatuajes. Pero él no era el paciente. Más bien estaba ahí con su hijo, una versión mini-me de 6 años con la misma ropa y peinado. Sólo que sus tatuajes eran de la tienda de juguetes. Su hijo se había quebrado la muñeca al caer de su patineta.
Le expliqué que iba a enyesarle la muñeca luego de una rápida reducción menor. “¿No lo lastimará o sí?”, preguntó con una expresión algo sombría, casi amenazante.
“No mucho”, le aseguré. “Y será rápido”. No quería quedar mal con este tipo.
Tal como dije, la reducción fue rápida, pero el niño era más fuerte de lo que esperaba y no hizo más que una mueca y un leve gemido con el dolor. Pero cuando me volteé a ver al papa, me sorprendió ver grandes lagrimas acumulándose en sus ojos mientras apretaba cada músculo en su cuerpo.
Luego de enyesarlo regresé al cuarto a darle las instrucciones de alta, pero en su lugar encontré a la mamá con el niño. “¿Está bien su esposo?”, pregunté.
“Ah, él no es el papá del niño”, dijo casualmente descartando esa idea. “Sólo vive en el vecindario. De hecho, ni si quiera estamos saliendo. Simplemente empezó a cuidar a mi hijo cuando su papá se fue. No sé qué haría sin él. Es más papá de lo que su viejo jamás lo fue. Una vez me dijo que su propio papá lo abandonó a la misma edad que a mi hijo. Y juró que ningún niño debería de pasar por eso solo.”
Al regresar a la estación de enfermería pude ver al “tipo duro” sentado en la sala de espera pálido y sudoroso con una mirada de preocupación en la cara. Pero todo eso cambió cuando su “pequeño hombre” salió con una gran sonrisa y quiso darle cinco… y comer un helado.
Sacrificio
No todos los que fueron a la guerra en Iraq y Afganistán eran jóvenes duros de 20 años. Habían más de unos cuantos hombres, oficiales y reclutas con suficiente edad como para ser sus padres. Uno de esos “viejos”, como frecuentemente se nos llamaba, fue traído por sus “chicos” en un convoy de gritos. El Sargento de Artillería había estado al volante de un HumVee que transportaba un grupo de Marines a través de un pueblo cuando su vehículo fue detenido por una muchedumbre de niños corriendo enfrente del vehículo.
El protocolo de seguridad dictaba que los vehículos nunca se deben detener. Pero estos niños se habían acostumbrado a que los soldados estadounidenses les dieran dulces de sus raciones. En vez de atropellarlos, el Sargento había reducido la velocidad. “Uno de esos niños tiró una granada dentro del HumVee casi en el regazo del Sargento”, un soldado de primera clase gritó sin aliento mientras corrían hacia el interior del Pelotón de Trauma Choque cargando a su herido líder. “Pero el Sargento la tiró al suelo.”
“La sostuvo bajo el tablero con el pie hasta que explotó”, gritó otro.
Una gran parte del pie del Sargento faltaba y el resto era un trozo destrozado.
“Pensé que todos íbamos a morir. Pero el Sargento nos salvó”, dijo otro que parecía luchar por contener las lágrimas. “Se le explotó el pie. Y las primeras palabras que salieron de su boca luego de la explosión fueron ‘¿Todos están bien?’”.
“¿Quedó algo de mi pie, doc?” el Sargento dijo calmadamente con los dientes apretados.
“No mucho”, contesté.
“Mis hijos están en casa esperando que vuelva a jugar softball con ellos.”
“Si, él es muy buen jugador de softball”, dijeron todos en aparente unísono.
“Creo que los tipos de Bethesda tienen unas prótesis muy buenas”, dije.
“Vieron, chicos”, dijo el Sargento tranquilizando a sus Marines. “Todo estará bien. Nada de qué preocuparse aquí.” Podías sentir la tensión en el cuarto relajarse con esas palabras tranquilizadoras.
He pensado mucho sobre ese tipo a través de los años. Él probablemente debería de haber recibido la Medalla de Honor por sacrificar su pie para salvar a los que estaban en su vehículo. Pero pienso que obtuvo algo mucho más preciado para él. El amor y respeto de por vida de los jóvenes que él llamaba sus “chicos”.
Liderazgo
Hablando de Medallas de Honor, el recuerdo de este hombre nunca me dejara. Él fue traído por ambulancia jadeando como si fuera su último aliento. Su historia era EPOC terminal. Había sido intubado muchas veces por retención astronómica de CO2. Mientras me preparaba para intubarlo de nuevo, sacó su mano huesuda y la puso sobre la mía y articulo las palabras, ‘No, gracias’.
“¿Qué está diciendo?”, pregunte incrédulamente a su hijo adulto que llegó para estar a su lado. “Él morirá si no lo intubo”.
“Él sabe eso, pero está bien”, dijo su hijo con una tranquila resignación. “La última vez que estuvo en un ventilador, estuvo en la UTI mucho tiempo. Él pudo ver que fue muy duro para mi mamá. Y la cuenta fue astronómica. El tomó la decisión de no pasar por eso de nuevo. Él sabe que no cambiará el resultado.”
“¿Está deprimido?”, pregunté. “¿Quiere terminar su vida?”
El hombre puso de nuevo su mano sobre la mía y miró mi cara con bondad y articuló “No, no (jadeo), he tenido (jadeo) una vida maravillosa.”
“¿Entonces por qué vino a la emergencia?”, dije mostrando un poco de frustración.
“Me dijo que cuando ‘fuera tiempo’ de llamar a la ambulancia”, dijo su hijo, “él no quería que mamá lo viera morir. Pensó que sería feo y demasiado para ella.”
“¿Está seguro de esto?” pregunté volteando hacia el hombre con un largo suspiro.
Ahí fue cuando el sonrió gentilmente, puso su mano sobre la mía tranquilizadoramente, me guiñó el ojo… y murió.
Al acercarme a su esposa con las noticias de su muerte, la encontré rodeada de amigos y familia que ya celebraban la vida de un hombre realmente grande.
“Siempre supe que él me enseñó cómo vivir”, dijo su hijo. “Peor ahora sé que me enseñó cómo morir”.
Si, Keanu, hay muchos malos padres allá afuera. Y hemos visto los resultados de sus fracasos. Pero también hay esperanza en el día del padre. Hemos visto eso también.
ACERCA DEL AUTOR
El Dr. Plaster ha sido un médico de emergencia por más de treinta años, trabajando exclusivamente turnos de noche por los últimos veinte años en departamentos de emergencia por todos los EEUU. Durante ese periodo, se unió a la Marina de los EEUU y cumplió dos giras en Irak. El Dr. Plaster es el fundador y editor ejecutivo de Emergency Physicians Monthly y el fundador de Plaster Publishing.